Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

martes, 5 de marzo de 2024

Pintado en la Pared No. 309

 

José Carlos Mariátegui y su incompleta realidad (2)

 

Para el pensador peruano, la conquista española fue un cataclismo que destruyó la identidad, la economía y la población indpigena. spañola fue un cataclismo que destruyígenas; a partir de esto, propone la rehabilitación de lo que alguna vez fue el comunismo incaico. Tal propuesta la resume en una frase casi paradojal: “un nuevo Perú con una antigua civilización”. Para varios críticos, Mariátegui ha construido una hipérbole de la condición del imperio inca antes del arrasamiento español. Aun así, la tesis que atraviesa Siete ensayos es una especie de utopía del retorno, un pasatismo a ultranza que postula el regreso a una situación idealizada en que los incas habían constituido, según él, una “formidable máquina de producción”. Con España, luego con Inglaterra y con el desarrollo capitalista de inicios del siglo XX, Perú seguía siendo un país feudal basado en la economía de agro-exportación, incapaz de crear una economía nacional que aprovechase la vocación agrícola del país. Y, sobre todo, incapaz de aprovechar la vocación comunitaria de la economía incaica.

El libro está atravesado por un exaltado indigenismo; por lo menos cinco de los siete ensayos hacen énfasis en la condición económica, moral y religiosa del indio. Perú es, en su perspectiva, mayoritariamente campesino e indígena y cualquier solución pasa por el reconocimiento del indio como elemento étnico y económico constitutivo de la historia de ese país. La legislación republicana y la economía liberal han sido, luego, de la conquista española, factores que han acelerado la pauperización de los indígenas, la absorción latifundista de la propiedad comunal de la tierra. A eso se une un sistema político que ha asilado a las regiones y les ha permitido a los gamonales asumir el control local. Quizás desconcierte que, en medio de la exaltación del pasado incaico, subestime el vigor de la religión inca cuando afirma que “carecía de poder espiritual para resistir el Evangelio”. Y a ese juicio puede unirse su opinión según la cual lo mejor de la literatura peruana proviene del “dualismo quechua-español”.

Las ambigüedades se vuelven evidentes. Por pasajes, su indigenismo postula la solución radical del retorno a un supuesto imperio inca económicamente vigoroso; pero al lado de esto vacila entre condenar la conquista española o admitir que hay una herencia –en la religión y en la lengua- que no puede soslayarse y, al contrario, es parte de la riqueza de cualquier proyecto de unificación nacional.  Su indigenismo es neto o adhiere a un mestizaje que acepta el legado cultural de España.  

Al lado de las ambigüedades hay carencias argumentativas ostensibles. Sus ensayos están construidos alrededor del problema del indio y descuidan cualquier valoración apropiada de otro hecho histórico, económico, cultural y demográfico; se trata de la existencia de la población afrodescendiente, completamente olvidada en su utopía estrictamente incaica. Ese no es el único olvido interpretativo de los Siete ensayos. Al despreciar aquella población no vincula a su estudio la compleja relación entre la costa y la sierra. Mariátegui parece haberse enconchado en una mirada estrechamente andina. Tan ensimismada es su mirada en la economía y la sociedad andinas que ha otro olvido deplorable en su débil geografía política. Ha olvidado la selva amazónica. Perú ha estado hecho de tres grandes zonas bien definidas: costa, sierra y selva. Sus Siete ensayos no logran una mirada integral sobre el mapa étnico del Perú; por eso, su interpretación marxista es una tentativa incompleta.

(FINAL)

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