Centenario de Luis Tejada
El joven comunista
El 17 de septiembre de 1924 murió el escritor colombiano Luis Tejada Cano.
Algunos han recordado el centenario de su muerte. El caso del periodista
antioqueño es interesante. Luis Tejada nació en 1898 y murió en 1924; vivió
apenas 26 años; escribió muy poco en la prensa de su época, desde 1917 hasta su
muerte. Y lo hizo en un género de escritura aparentemente efímero y endeble: la
crónica. Por tanto, hay muchas más razones para olvidarlo que recordarlo. Sin
embargo, aquí estamos conmemorando su centenario.
¿Por qué seguimos hablando de Luis Tejada? Porque fue un individuo
excepcional, dijo cosas interesantes y supo decirlas. Porque vivió una época
interesante, la de la transición modernizadora en Colombia, la de intensos
cambios materiales en las incipientes urbes. Por eso hay que destacar que fue
un fascinante narrador urbano, fue uno de los más juiciosos narradores del
cambio. Empleó un método que le permitió ver esas “pequeñas cosas”
aparentemente desprovistas de importancia. El vagabundeo, andar por la calle
sin propósito, simplemente abandonado al ritmo de las circunstancias, le sirvió
para descubrir que “la ciudad tiene hondos encantos”. Esa actitud ante las
cosas le valió el mote de “pequeño filósofo de lo cotidiano”.
Otro rasgo singular de Tejada fue su lucidez, su consciencia de vivir un
tiempo de mutaciones muy fuertes en muchos aspectos de la vida. Y a eso le
agregó una capacidad de auto-definirse. Cuando apenas frisaba los veinte años,
el joven escritor hacía este examen:
“Los partidos políticos no acendran ya el suficiente
dinamismo que pudiera sugestionarnos. Nos debatimos dentro de ellos,
miserablemente, sin encontrar lo que ansiamos […] los que nos hemos levantado
en ambientes radicales, ¿qué haremos, amigos míos, para sustituir ese
derrumbamiento de ídolos y de creencias que se efectúa constantemente en
nuestras conciencias?” (“El Problema”,
El Universal, Barranquilla, 8 de
julio de 1918).
La búsqueda de nuevos ideales lo alejó, como a muchos de su generación, de
los partidos políticos en que militaron sus maestros y sus padres. Luis Tejada
escogió la novedad triunfante del comunismo y emprendió con fervor casi místico
la tarea de organizar una célula comunista en Bogotá bajo la égida de su
admirado Lenin. Yo sé que esta es, para muchos, hoy, la faceta repudiable del
joven escritor; sin embargo, estamos ante alguien que buscaba separarse de las
pesadas tradiciones políticas y morales del siglo XIX y que halló en un
incipiente comunismo el mejor modo de mirar el porvenir. Precisamente, su
última crónica titulaba “Partidos del
porvenir” y allí decía que los nuevos partidos tenían que ser definidamente
anti-clericales; en tiempos de Tejada, la Iglesia católica y Estado seguían
caminando juntos; el sistema escolar lo controlaba el clero y nuestro escritor
creía que un nuevo partido, el comunista, podía ofrecer una alternativa a la
cuestión religiosa. Algo que no podían hacer, según su juicio, los partidos liberal
y conservador.
Tejada murió tan joven que apenas comenzaba a comprender lo que podía
significar su entusiasta alineamiento comunista. Insinuaba que el programa
político de un partido nuevo debía tener un fundamento esencialmente económico
y de clase:
“Realmente, hoy no son explicables y no son perdurables sino
los partidos de clase, que se ponen al servicio de su instinto de lucha y de su
necesidad natural de defensa. Sólo así se logra dentro del partido la uniformidad
de interés que sugiere la uniformidad de ideal y que posibilita la uniformidad
de acción”. (“La crisis de los partidos”,
El Espectador, Bogotá, 26 de abril de
1924).
Por supuesto, hoy podemos pensar muy distinto acerca de la índole de un partido político; pero esto era lo que pensaba un joven pensador y dirigente comunista de veintiséis años hace un siglo. Eso es lo maravilloso del asunto.
(Sigue: Tejada y la paradoja)
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